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LA ALIMENTACIÓN

SEGÚN LOS GRUPOS SANGUÍNEOS (I) 

 

A CADA TIPO DE SANGRE SU PROPIA DIETA

 

“La sangre es como una huella digital celular que determina que cada ser humano es único y nos da unas pautas sobre cómo vivir de la manera más saludable” 

“Lo que es alimento para una persona es veneno para otra”

Que la alimentación es uno de los pilares básicos en el mantenimiento del estado de buena salud es una afirmación que hoy en día nadie cuestiona. Tras décadas de considerar que alimentarse es simplemente un acto necesario para sobrevivir, como por ejemplo respirar, dormir o beber, especialistas de todo el mundo coinciden en el principio de la medicina natural que observa la dietética como algo más que un mero instinto primario intrínseco a la persona. No se descubre así nada nuevo sino que se recupera por fin el antiguo principio que ya avanzó Hipócrates 460 años antes de Cristo: “que tu alimento sea tu medicina y tu medicina sea tu alimento”.

Así pues, el concepto de “alimentación” queda corto para definir la importancia y la repercusión que tienen en nuestro bienestar los alimentos que comemos; de ahí que resulte más preciso, y sobretodo más justo, utilizar el término “dietética nutricional”. No se trata de “comer” sino de “nutrir”.

Podemos definir el término alimentación como “el efecto de alimentarse”, entendido como “el conjunto de lo que se toma o se proporciona como alimento” mientras que nutrición significa “la adquisición de sustancias asimilables por parte de los seres vivos para transformarlas en materia propia y fuente de energía”. De ahí se desprende que cuando comemos estamos ingiriendo alimentos, pero, ¿estamos nutriendo correctamente a nuestro organismo?, ¿le estamos aportando todos los nutrientes (vitaminas, minerales, aminoácidos…) que necesita para su correcto funcionamiento? Y de ser así, ¿puede aprovecharlos todos al máximo o sólo algunos le resultan biodisponibles para transformarlos en la energía que necesitamos para nuestra actividad diaria?

La respuesta a estas preguntas podría explicar hechos tan curiosos como el porqué con la misma dieta algunas personas son capaces de bajar peso mientras que otras no sólo no pierden kilos sino que incluso pueden engordar; porqué en determinados ambientes unas personas tienen más facilidad que otras para enfermar; o porqué algunas personas conservan su vitalidad a una edad ya avanzada mientras que otras en esa misma etapa de su vida se deterioran no sólo física sino también psíquicamente. Son paradojas que en apariencia parecen no tener conexión alguna entre sí ni explicación lógica pero que no resultan tan inconcebibles si partimos del principio de que la sangre es la vida misma, la fuerza que impulsa el misterio del nacimiento, la enfermedad y la muerte y que desde la antigüedad se ha utilizado como símbolo religioso y cultural. A lo largo de la historia muchas civilizaciones se han construido  sobre la base de los lazos de sangre y ésta se ha utilizado como símbolo en numerosos mitos y rituales sagrados: los remotos cazadores ofrendaban la sangre de los animales que mataban para apaciguar sus espíritus, los textos religiosos aseguran que Moisés convirtió en sangre las aguas de Egipto para salvar a su pueblo y aún hoy se representa simbólicamente la sangre de Cristo en la ceremonia más sagrada del mundo cristiano.

La sangre es pues, como una huella digital celular que determina que cada ser humano es único, una característica genética que nos identifica y por tanto nos da una guía con sus pautas sobre cómo vivir de la manera más saludable. Los distintos grupos sanguíneos son como un libro antropológico abierto que reflejan la capacidad humana de adaptarse desde sus orígenes a los distintos desafíos ambientales. En la vida primitiva los humanos se veían obligados a desplazarse, en primer lugar, para garantizar su supervivencia a salvo de otros predadores y también para encontrar alimento. Estos desplazamientos implicaron cambios en el tipo de alimentación y llevaron a modificaciones en los sistemas digestivo e inmunológico del individuo para facilitarle su adaptación a cada hábitat. Son estos cambios los que se reflejan en la aparición de los distintos grupos de sangre, grupos que al parecer podrían haber surgido en los momentos más críticos del desarrollo humano.

Encontramos así que el ascenso de los humanos a la cúspide de la cadena alimentaria representó la máxima evolución del tipo O. Cuando el cazador-recolector se vio obligado a llevar una vida más agrícola y doméstica apareció el tipo A, que daría paso al grupo sanguíneo B con la fusión de distintas razas. Finalmente la mezcla moderna de los  distintos grupos ha dado lugar a la aparición del tipo AB.

Así pues, cada grupo sanguíneo contiene el mensaje genético de nuestros antepasados y los factores ambientales y dietéticos que vivieron en cada momento. Aunque actualmente ya estamos muy lejos de la historia primitiva esta memoria permanece en nuestro grupo sanguíneo. Es por ello que cada tipo de sangre tiene unos alimentos que le benefician y otros que le perjudican, lo que puede explicar que perdamos o no peso cuando hacemos dieta, que nos sintamos con más o menos energía o que nuestra salud se acerque al máximo al óptimo estado de bienestar. Dicho de otro modo, cada grupo sanguíneo tiene su propia dieta.

Como reza un antiguo refrán “lo que es alimento para una persona es veneno para otra”.  

Rosa Maria Canas ©2015

 
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NEURALGIA DEL TRIGÉMINO 

 

LA LLAMADA ENFERMEDAD DEL SUICIDO

 

 

“El nervio trigémino tiene una función sensitiva y una función motora y es el nervio más importante, el más elástico y el más grande de la cara ya que con sus tres ramas  ocupa más de un tercio del volumen facial total”. 

“La neuralgia del trigémino provoca dolores muy fuertes y severos, de aparición brusca y si bien su duración es breve se repiten numerosos episodios de crisis durante el mismo día”.

Probablemente la gran mayoría de la población ha tenido dolor de cabeza en un momento u otro de su vida. Este dolor, llamado cefalea, no es una enfermedad en sí sino que es un síntoma común a muchas patologías y de ahí su alta frecuencia. El término cefalea podría definirse de modo general como un dolor que se localiza en el cráneo y que abarca desde las órbitas de los ojos hasta la región occipital. Sin embargo, en la práctica esta dolencia comprende un sentido más amplio que incluye el dolor facial y cervical, ya sea como detonante de la cefalea o como consecuencia de la irradiación de la misma.

Es por ello, y teniendo en cuenta estas consideraciones, que si bien no se trata de una cefalea en el concepto estricto de la palabra, la neuralgia del trigémino está incluida como tal en la clasificación de la International Headache Society (IHS 1988), la más aceptada a la hora de unificar criterios.

En realidad la neuralgia del trigémino, también llamada “tic doloroso”, podría definirse como una algia facial provocada por la afectación de este nervio que causa episodios de dolor breves pero muy intensos y punzantes en los ojos, labios, nariz, boca, frente, mandíbula y hasta el cuero cabelludo. Todas estas zonas están inervadas por el nervio trigémino por lo que cualquiera de ellas puede verse afectada en caso de crisis.

El trigémino o trigeminal es el quinto de los doce  pares de nervios craneales que se originan en la base del cerebro y es el responsable de enviarle a éste sensaciones de la cara y la cavidad oral (lengua y dientes) así como del funcionamiento de los músculos de la masticación. Este nervio, que tiene pues una función sensitiva y una función motora, es el más importante, el más elástico y el más grande del rostro ya que él sólo ocupa más de un tercio del volumen facial total

El término “trigémino” es muy ilustrativo a la hora de describir este nervio puesto que proviene del vocablo latín “trigeminus”, que significa trillizos. Esto hace referencia a las tres ramas o divisiones que lo forman. Se trata de la rama oftálmica o superior, cuyo nervio oftálmico conduce la información del cuero cabelludo, la frente, el párpado superior y la mucosa nasal, entre otras estructuras; la rama maxilar, en la que el nervio del mismo nombre tiene bajo su mando al párpado inferior y la mejilla, el labio y los dientes superiores, el paladar y la nariz, entre otros, y la rama mandibular o maxilar inferior, que se encarga de llevar la información del labio y los dientes inferiores, la barbilla y el dolor y temperatura de la boca. Es debido a esta amplia cobertura que cuando el trigémino está afectado puede dar múltiples y variados síntomas, dependiendo de si hay una o más ramas implicadas y de si es unilateral o de ambos lados. Por lo general el lado derecho y la segunda y la tercera división son las más afectadas mientras que la primera y la bilateralidad se dan con poca frecuencia.

Los dolores que provoca la neuralgia del trigémino suelen aparecer de forma brusca y son muy severos y de tipo electrizante, como si fuera un calambre o una descarga eléctrica. Su duración es corta y puede oscilar entre unos segundos y un par de minutos pero su frecuencia es repetitiva, es decir, el dolor reaparece numerosas veces a lo largo del día. Estos episodios pueden durar días, semanas o meses y a veces remiten durante un periodo de tiempo más o menos largo para luego regresar.

Si bien el dolor se presenta habitualmente de forma espontánea hay lo que se llama “zonas gatillo”, es decir, aquellas que pueden desencadenar una crisis tan solo por una leve vibración o por un roce al realizar actividades tan comunes como lavarse los dientes o la cara, afeitarse, maquillarse, hablar, masticar, sonreír, bostezar o exponerse a un ligero viento o a cambios de temperatura. Es por ello que muchas personas que sufren de esta dolencia evitan estas rutinas diarias puesto que temen un ataque inminente de dolor.

Si no está asociada a ninguna otra enfermedad la neuralgia del trigémino es más frecuente en mujeres y a partir de los 40 años, si bien se dan casos en personas más jóvenes y, aunque excepcionalmente, hasta en niños.

Aunque las causas responsables de esta dolencia no están del todo claras existen varias teorías entre las que predomina la posibilidad de que un vaso sanguíneo, probablemente la arteria cerebelar superior, comprima el nervio trigémino en algún tramo de su recorrido. Esta compresión provocaría una desmielinización del nervio, es decir, la pérdida de su vaina protectora de mielina, lo que generará una hiperactividad en su funcionamiento que puede producir ataques de dolor al mínimo estímulo. Se barajan también como hipótesis causantes de la neuralgia del trigémino un aneurísma (dilatación de la pared de una arteria), un tumor, un choque traumático, esclerosis múltiple e incluso el llevar un piercing en la lengua.

 Rosa Maria Canas © 2014 

 
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FLORA INTESTINAL E INMUNIDAD

 

GENTILES MICROORGANISMOS

QUE MANTIENEN FUERTES

NUESTRAS DEFENSAS  

 

“Manteniendo un óptimo equilibrio de la flora intestinal contribuimos al fortalecimiento de nuestro sistema defensivo y, en consecuencia, disminuimos nuestra vulnerabilidad a las enfermedades”.

¿Por qué los cambios climáticos o el inevitable contacto con virus patógenos en nuestra vida cotidiana afectan más a unas personas que a otras? ¿Por qué hay quien se resfría con más facilidad al estar en contacto con alguien acatarrado o cuando descienden las temperaturas bruscamente? La susceptibilidad de cada uno a contraer ciertas enfermedades depende de sus mecanismos de defensa inmunitaria, es decir, de un sistema inmunitario fuerte capaz de afrontar cualquier agresión externa o interna. En este engranaje defensivo complejo y potente uno de los componentes que ocupa un destacado lugar es la mucosa intestinal, que forma parte del sistema digestivo y en la que se encuentra la llamada flora intestinal. Esta flora se compone de más de 400 especies distintas que representan unos cien billones de microorganismos distribuidos entre la boca y el ano. Nuestro organismo les alimenta y a cambio ellos producen sustancias que nos benefician, como inmunoestimulantes, antitóxicos y antibióticos naturales, a la vez que impiden que otros  agentes nocivos se instalen en nuestro sistema digestivo. Se trata pues, de una relación de ayuda mútua.

La llamada terapia probiótica persigue precisamente estos objetivos: establecer un medio ambiente en el cual la flora intestinal esté equilibrada de modo que no puedan sobrevivir otros microorganismos patógenos y en el que se produzcan esas sustancias beneficiosas que a través de la flora van a fortalecer nuestro sistema inmunitario. Para ello esta terapia incluye el tratamiento con bifidobacterias y lactobacilos, principales grupos de “huéspedes gentiles” que se encuentran en la flora intestinal.

Las bifidobacterias, al igual que los lactobacilos, tienen como función mayor impedir que puedan desarrollarse otras especies patógenas para nuestra salud. Para ello segregan ciertas sustancias que actúan como antibióticos naturales, los cuales tienen un efecto protector frente a infecciones; producen ácido acético para hacer frente al posible desarrollo de Candida Albicans, género de hongos parásitos responsable de numerosas afecciones en piel y mucosas, y estimulan la capacidad de defensa del organismo debido a que favorecen la formación de anticuerpos. Las bifidobacterias previenen la aparición de alergias y nos protegen además de los efectos secundarios que puedan producir tratamientos antibióticos. Se ha observado que el consumo de antibióticos provoca una disminución drástica de la flora intestinal, lo que se llama “vacío ecológico”. Una vez terminado el tratamiento con estos productos este vacío lo van a ocupar las cepas que hayan resistido, la mayoría perjudiciales para nuestra salud, y los microbios oportunistas que aprovecharan el desequilibrio ecológico óptimo de la flora intestinal.

De entre los numerosos habitantes de nuestro sistema digestivo destacan también de forma importante la familia de los lactobacilos, presentes además en la piel y algunas mucosas, como la vaginal. Entre los principales encontramos los acidophillis, bifidus, sporogenes, casei y bulgaricus. Sus indicaciones terapéuticas son numerosas: ayudan en la digestión y en los problemas gastrointestinales, facilitan la asimilación de los nutrientes que aprovechamos de los alimentos, previenen infecciones, principalmente vaginales y urinarias, pueden resultar de interés en casos de colesterol elevado o de déficit de vitaminas del grupo B y probablemente son de ayuda en ciertos casos de tumores.

De hecho, aunque la terapia probiótica parece un hallazgo reciente tiene en realidad siglos de práctica a sus espaldas puesto que el consumo de lácteos fermentados se viene utilizando desde la antigüedad como sistema para evitar la putrefacción de la leche y de otros alimentos. Su utilización terapéutica se la debemos básicamente al doctor ruso Metchnikoff, quien a principios de siglo pasado elaboró su llamada teoría de la longevidad. En base a poblaciones que consumían habitualmente yogur y leches fermentadas, como las del Cáucaso y los Balcanes, Metchnikoff observó que el consumo de lactobacilos presentes en estos alimentos puede combatir el crecimiento excesivo de bacterias nocivas en la flora intestinal, crecimiento que es responsable de numerosas enfermedades y del proceso de envejecimiento.

Los beneficios de una flora intestinal equilibrada y correcta resultan pues evidentes y hoy en día indiscutibles para mantener nuestro buen estado de salud. Fortaleciendo estos “huéspedes gentiles” que componen la flora a través de una correcta alimentación y tipo de vida, y si es necesario de una óptima suplementación adicional, estaremos contribuyendo al fortalecimiento de nuestro sistema defensivo y, en consecuencia, disminuyendo nuestra vulnerabilidad a las enfermedades.

 Rosa Maria Canas © 2014

 

 
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